martes, enero 23, 2007

6 DE ENERO - DIA 1

SAN MIGUEL DE TUCUMAN

Luego de aproximadamente 15 horas de viaje en micro desde Retiro, y habiendo pasado por 2 (o 3) películas, una bandejita con cosas para picar, una parada para desayunar y unas cuantas horas dormidas, llegamos a la ciudad de San Miguel de Tucumán al mediodía. Mezcla de San Telmo, Liniers y Constitución, la zona de la terminal de ómnibus y aledañas centrales, nos recibía con lluvia, no muy intensa, pero constante. Evidentemente algo quiso que nos detuviéramos allí un tiempo considerable, porque no encontramos pasajes para El Mollar hasta las 8 de la noche. Nos esperaba una lluviosa tarde gris en una ciudad desconocida y un tanto oscura. Con todo y mochilas comenzamos a caminar las calles, preguntando nos enviaron por una calle en la que al fondo se divisaba la entrada de algo… Algo así como un predio ferial muy antiguo, aparentemente abandonado y muy grande, incluso con una estatua de Jesús algo tenebrosa en el centro del lugar, que abría los brazos pero no indicaba dirección alguna. Tal vez no muy perdidas pero sí desorientadas, volvimos hacia atrás un par de cuadras y volvimos a encontrar el rumbo hacia nuestro primer y humilde objetivo: la Casita de Tucumán. Por módicos $3, entramos y recorrimos sus salas plagadas de muebles y objetos antiguos, de fotos y dibujos de otra época… Su interior y sus patios exteriores respiraban aire viejo. De cuando aquella ciudad era linda, era simple, su plaza era más espaciosa y sus edificios no habían sido demolidos ni mutilados para hacer calles.
No fue que nos cansamos, simplemente mucho más para ver no había y decidimos salir, mientras otros turistas como nosotras, seguían entrando. No parecía querer parar de llover y nuestras cosas comenzaban a mojarse bastante. Nos echamos momentáneamente en frente de la histórica casita y envolvimos mochilas en bolsas de residuos… segundos más tarde también nos envolvimos nosotras (mi impermeable estaba obviamente en el fondo de la mochila), y así disfrazadas paseamos por la capital del Jardín de la República. Llegamos a la plaza principal, la que habíamos visto en las imágenes del recorrido histórico en la Casita. Era evidente que algo de su espíritu había perdido, pero sin embargo seguía siendo una plaza de pueblo grande, con su iglesia y santo (San Francisco), enfrentando uno de sus lados y otros edificios municipales a su alrededor. Bajo la leve pero incómoda cortina de agua, volvimos a enfilar hacia la terminal para tomar algo y esperar el micro que nos llevaría hacia el Mollar.

EL MOLLAR

El camino hacia nuestro nuevo destino no era tan simple aparentemente… Fueron 2 horas y media de montaña rusa en un camino de un único carril angosto por la montaña. Curvas de 90° y un chofer amante de la velocidad, seguro en su recorrido e indiferente a nuestra inseguridad por lo desconocido, lluvia, noche cerrada, avisos de peligro de derrumbes y un cartel de película de terror: alumbrado por los faros del micro a través de las gotas que caían violentamente, sobre fondo verde y delante de un abismo completamente negro, se leía "Fin del mundo". Teníamos posiciones privilegiadas para el espectáculo que veíamos desde primeros asientos: una curva, un fondo negro, un borde de ripio mojado, una pared de montaña que se venía encima, otra curva… y así consecutivamente, en ese circular orden. Dentro del micro reinaba primero un pesado silencio de suspenso, luego algunas risas nerviosas que se fueron sumando unas a otras, y en algún momento casi todos los pasajeros estaban de pie o asomados a los asientos, disfrutando la adrenalina del viaje con caras extrañas. Una imagen para el recuerdo.
Finalmente, algunos con el estómago algo revuelto, llegamos a destino. No llovía, pero sí que estaba oscuro! No sabíamos dónde estábamos exactamente, era plena noche y nadie tenía idea para qué lado empezar a caminar… Luego de un puchito reparador, giramos y vimos un grupete de 4 chicos al lado nuestro, con expresiones similares a las nuestras. "Chicos, ¿no saben dónde dormir ustedes tampoco?" Ante la negativa que confirmaba la sensación compartida, nos caímos bien y nos repartimos buscando hospedaje para los 7 que éramos ahora. Después de un cansador recorrido con todos los bártulos, por todas las casas, hostels y campings, casi de casualidad (y porque a uno lo llamó la naturaleza en un puentecito perdido en medio de la oscuridad total) terminamos en una casa, con 3 piezas, baño y ducha caliente, sin saber si estábamos en el medio de un cerro, al pie del dique o en una isla imaginaria. Al terminar la odisea con semejante final feliz, decidimos ir a cenar todos juntos y brindar por la casa de Gran Hermano. Nos compramos unos choripanes que eran fuego puro (error de principiantes tal vez… allá todo pica, pareciera) y luego nos sentamos en un barcito afuera, cervezas semi-intomables y tibias de por medio. El Mollar nos recibía con fiesta, en la pequeña plaza, un festival de música popular o algo similar. Dimos una vuelta (o media) a la plaza y nos sentamos en otro barcito, a intentar con otras cervezas que esta vez estuvieron mejor.
Ya había sido mucho viajar y trajinar para el primer día, por lo tanto fuimos volviendo a nuestro nuevo hogar lentamente, para ir a descansar y levantarnos temprano al día siguiente para aprovechar el día. En la casa de Gran Hermano, los chicos se encerraron a discutir sus próximos pasos, y las chicas… las chicas sólo quieren divertirse, decía Cindy Lauper. Una ducha calentita antes de dormir, y a la camita!

No hay comentarios.: