viernes, enero 26, 2007

10 DE ENERO - DIA 5

CAFAYATE

Qué noche, Teté… Voy a decir que intenté dormir en ese pasillo, puse todo mi esfuerzo durante 3 horas o algo así, pero fue imposible. Había que abrir las dos minúsculas ventanas para no asfixiarnos en aquella cucha y ni siquiera así era cómodo respirar. Me saqué la ropa y momentos después salí de la bolsa de dormir porque me moría de calor… Pero los mosquitos entraban y salían del dormi como si fuera un restaurant, y no paré un segundo de rascarme ni de espantarme zumbidos de la oreja, a pesar de haberme bañado en repelente minutos antes. No había forma de dormir así, era imposible, al menos para mí (y para la que tosía de fondo con los pulmones medio cerrados)… Así que me vestí de nuevo y, puteando bajito pero constante, me levanté y me fui del dormi. Me acerqué a las escaleras que llevaban a los baños y prendí un cigarrillo para ver qué se me ocurría. Pero nada… Sólo quedarme ahí afuera, esperando que se hiciera de día o me durmiera sentada en los escalones. Pero recién eran las 3 y pico de la madrugada, faltaba mucho para la luz del día. Gracias a Dios, vino mi amiga la de la tos con una idea maravillosa: sacar aislantes y bolsas afuera y dormir echadas en la puerta del dormi. Excepto volver a entrar a ser comida, cualquier cosa era buena idea… Me terminé el pucho y la seguí. Afuera pasaban las ranitas, mosquitos no había (claro, si estaban todos en el dormi) y el clima era perfecto. Dormí como un bebé.
Lástima mi error de principiante! Como una completa idiota, no me fijé en el leve declive en el que apoyé la cabeza… Al sentarme en la bolsa de dormir cuando me desperté, tuve una tremenda hemorragia nasal que no me paraba con nada. Estuve más o menos 40 minutos desangrándome y ahogándome en el baño, las chicas iban y venían sin poder ayudarme en nada, yo me desesperaba de pensar que capaz tenía que perderme la excursión, ya que la nota ponía énfasis en la puntualidad! Pero no fue así, por suerte la hemorragia decidió cortarse sola 10 minutos antes. Salimos corriendo y llegamos a la combi a las 7:59…

QUEBRADA DE LAS CONCHAS

Para mí, una buena manera de definir este lugar, es decir que se trata de paisajes de no creer, de una belleza y una majestuosidad incomparables, como nada antes visto, que borran el tiempo y desbordan los ojos… Es demasiado, no alcanza la vista… Yo quise ser toda ojos!
Era una mañana de sol. La combi nos llevó hasta la primera parte de la excursión, conocida como La Punilla, en donde las formaciones de las rocas son extrañísimas y hermosas. Inquietantes! Y pensar que todo eso antes estuvo cubierto de agua, hace miles de años, es algo que simplemente no tenía lugar en mi pequeño y humilde cerebro. Todo aquello había sido un inmenso lago o un mar (ya no me acuerdo), y dicen que aun hoy la gente encuentra restos fósiles (de ahí también el nombre de la quebrada).
Volvimos a subir a la combi, concentradas en el insólito paisaje de "fondo del mar desierto" que se desplegaba durante todo el camino. Me sentí liliputiense. Esta vez nos detuvimos en lo que se conoce como La Yesera (por sus yacimientos de yeso) y en el que subimos bastante y caminamos casi una hora, para ver los diversos estratos que le dan color al paisaje. Las oxidaciones de hierro en rojo, las de cobre en verde, las de azufre en amarillo… líneas de colores bien claritas en todos lados, horizontales y diagonales por los movimientos de las placas tectónicas. Parece mentira que no sean pintadas… y que todo sea tan inmenso. Acá el sol agobia mucho y se hace lenta la caminata… También hay mucho viento, el último tramo de la vuelta tuve que hacerlo con los ojos casi cerrados (lloraban, llenos de tierra, detrás de los anteojos de sol), siguiendo lentamente lo poco que veía de los talones de quien iba delante de mí y tratando de no llevarme puesta ninguna de las plantas espinosas de por ahí.
Seguimos un poco más en la combi y paramos para ver Los Castillos, una formación también hecha por el agua y el viento, hace tiempo… imagino una cascada bajando por entre estas piedras. Para llegar hay que cruzar (conviene que sea descalzo) un pequeño arroyo arcilloso (el contacto con la piel es hermoso! Sumamente relajante…), metros más adelante gigantescas piedras que cierran el cielo casi por completo, asemejan torres de un castillo y un pasillo entre ellas permite el paso hacia el interior. Nuestro guía nos contaba que la mayor parte de esos lugares por allí, tienen dueños, muchos los poseen inútilmente sin darles ningún uso, y otros (como en el caso de la dueña de Los Castillos), los utilizan en ocasiones como corral de ganado.
Más adelante nos esperaban otros famosos puntos, también esculpidos por el viento y el agua de otros tiempos: El Anfiteatro y La Garganta del Diablo. Desde la ruta que nos lleva puede verse a la izquierda una roca grande con la forma perfecta de un sapo… por una cuestión de lógica, se trata de El Sapo. Al Anfiteatro se entra por un pasillo similar al de los Castillos, pero el interior es circular, amplio y deja ver el cielo. Su nombre se debe a que sus altas y gigantescas paredes le dan al lugar una acústica muy particular, que lo hace favorito para llevar instrumentos musicales y entretener los oídos a la vez que los ojos. Un poco más allá, la impresionante Garganta del Diablo se abre de repente entre la piedra como la boca de un gigante. La piedra invita y, para seguir agasajando la vista y los sentidos, hay que subir un poco más. Uno no se da cuenta pero sigue subiendo, entrando en esa garganta, sintiéndose minúsculo entre tanta inmensidad que te rodea y envuelve. Yo llegué hasta que no se podía subir más, hasta que una gran pared de piedra vertical me puso los frenos.
Lo recuerdo y lo veo perfectamente… pero sé que si fue demasiado para mis ojos y para las fotos, también lo es para las palabras. Nada alcanza para describir las sensaciones. Definitivamente hay que estar allí.

CAFAYATE DE VUELTA

Volvimos alrededor del mediodía, justo para almorzar. Elegimos el mismo lugar de la noche anterior. A la vuelta para el camping, dos paramos en un puesto callejero a comprar un kilo de uvas con una pinta bárbara. Las otras chicas siguieron más adelante. Nosotras dos volvíamos despacito, cuando nos sorprendió un chaparrón importante a mitad de camino, donde no había ni medio techito para resguardarse. Seguimos unos metros más, hasta acercarnos a un alero de cañas, donde tuvimos que parar porque se nos estaban empapando mochila y riñonera con teléfono, plata y demás cosas que no debían mojarse. Resultó ser un puestito de venta de vinos artesanales. Nos quedamos ahí en la entrada, obviamente conversando con el chico que los vendía, como para justificar nuestra presencia. Nos dijo que era un chaparrón, muy común, que iba a pasar de un momento a otro… en una hora… o dos… Al rato, como no veíamos que la lluvia fuera a parar y teníamos bastante frío, degustamos un par de vinos… Tanto nos gustó que terminamos comprándole una botella. Una cosa lleva a la otra, y como no teníamos sacacorchos en el camping le pedimos que por favor nos lo destapara ahí, de paso brindábamos. Era un Mistela Moscatel Rosado riquísimo, dulce como un licor. Dos vasitos pequeños después, nos fuimos bajo la lluvia (que no había parado, obviamente) con el vino en una mano y el kilo de uvas en otra, metiéndonos en los charcos, cruzando una calle convertida en arroyo, pasando por entre medio de unos caballos que nos miraron con cara rara y muertas de risa por lo ridículo de la situación.
Llegamos al camping, donde encontramos a las chicas y a los chicos que ya habían llegado, guardados en el refugio (un galpón) al igual que medio camping, jugando al truco sentados sobre una puerta vieja. Me entretuve sacando fotos. Cuando paró de llover y abrió el cielo, armamos la carpa, al lado de la de los chicos. Después fuimos al centro a cenar, y luego de ochocientas vueltas aproximadamente, comimos en la misma esquina que las dos veces anteriores. Tanta indecisión, sumada al hambre atroz que tenía, me enchinchó bastante, por lo cual me fui a dar una vuelta sola y aproveché para llamar a casa y tratar de saludar a mi hermana por su cumpleaños. No la encontré, pero hablé con la más chiquita y la emoción de extrañar a alguien me calmó. Volví a la esquina para cenar. Después de comer fuimos algunos a tomar una cerveza en un barcito.
Para terminar el largo día, dos de mis compañeritos de carpa (mientras una ya dormía) intentaron volverme loca… Que va a llover y hay que hacer la canaleta; que andá a buscar la pala y yo la hago; que ahora no tengo ganas; bueno está bien, la hago; que quiero dormir en esta carpa porque la otra no tiene sobretecho; bueno pasemos las cosas; ahora no, mejor voy a dormir en la otra porque no puedo respirar; bueno volvamos las cosas; que te ayudo; que no te ayudo; que ahora me desvelé, vamos afuera a fumarnos un pucho… bueno, llevo el vino. Por suerte, lo que quedaba después del puchito era agarrarle con alfileres un plástico a la carpa sin sobretecho y meterme en la mía a dormir! Eso hice… ya empezaba a lloviznar. Menos mal que la canaleta alrededor de la carpa estaba hecha.

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