Atocha, Tupiza y Villazón – Bolivia
Super dormidos y con un frío terrible, nos levantamos en plena madrugada para llegar 5.30 a tomar el micro que nos llevaría hasta Tupiza. A duras penas calentamos agua para el mate, golpeamos todas las puertas del hostel para despertar al sereno y corrimos con todo y mochilas. Un inmenso olor a “absolutamente todo” nos invadió en el micro. Traté de no pensar y sólo dormí mientras las piedras y el ripio me acunaban.
Hicimos una breve parada en Salo, para ir al baño (al río, mejor dicho) y comer algo. Una chica y yo compramos pan casero y queso de cabra, para hacernos sanguchitos en la camioneta. Hice malabares con la navaja para abrir el pan y cortar el queso, finalmente estaba muy pero muy rico.
Subimos al micro… Un lío inmenso de gente que se quejaba pues se habían sobrevendido los asientos por 2, y hasta por 3 veces. Calmadas las aguas con las tranquilizantes palabras del conductor: “Vamos que si no se apuran no salgo, porque los caminos están en muy mal estado!”, partimos hacia Villazón. Me tocó viajar atrás de todo, mareada, cansada, con hambre… Supuestamente llegábamos a Villazón en 3 horas… que fueron 4.
Bajamos del micro en plena oscuridad y lluvia de la frontera, me tomé unos minutos para recuperarme del mareo y caminamos hasta el Puente Internacional. Luego de casi pasar la noche en “ningún lugar” porque los de migraciones ya habían apagado todo, llamamos a nuestra hermanita que cumplía años desde la frontera, y pasamos a La Quiaca, fuimos a cenar (yo nada, por supuesto) y luego a acomodarnos en el hotel de antes, para finalmente dormir!