miércoles, abril 01, 2009

DIA 2: LA ISLA

Después de la lucha contra el aire acondicionado, nos levantamos 6.30, preparamos nuestras cosas y partimos en búsqueda del Cais de Santa Luzia alrededor de las 7. Luego de preguntarle a una amable señora que había salido a caminar, llegamos al muelle. Esperamos apenas un ratito el catamarán que salía hacia Ilha Grande a las 8 (R$ 25 por persona).

Subimos al catamarán muy descompuestos por el calor agobiante de la ciudad y la caminata, pero apenas zarpó el aire de mar nos hizo sentir mejor. En apenas 45 minutos llegamos a la isla! Desembarcamos en un nublado Abraão y encaramos hacia Solar da Praia, nuestra primera opción de hospedaje. Pero estaba todo lleno, así que nos dirigimos en búsqueda de nuestra segunda opción: Pousada Dos Meros. Por suerte, encontramos ahí una hermosa habitación en el piso de arriba, por R$ 120 la noche, con ventilador, aire acondicionado y frigobar.

La posada es preciosa, está todo muy limpio, prolijo y bien decorado, con un mix étnico muy bonito (máscaras africanas, pinturas estilo indígena, telas de estilo oriental), y un jardín superpoblado de plantas. Como habíamos llegado un poco temprano, todavía estaban limpiando el cuarto, así que les dejamos nuestras mochilas y salimos a buscar un lugar donde desayunar. Bien cerquita de nuestro nuevo hogar, en Lanchonete Aconchego, tomamos un riquísimo jugo de maracujá y un delicioso tostado de jamón y queso.
Volvimos a la posada y subimos a nuestro cuarto: muy lindo, todo decorado en tonos azules. Acomodamos un poco nuestro equipaje (léase: lo arrojamos por ahí) y salimos nuevamente a caminar.

Con los bolsos hechos tal como venían desde el viaje en avión, fuimos en búsqueda de Abraãozinho, una playa cercana donde no hay tanto barco y uno puede bañarse más tranquilo. En ojotas, sin agua, ni una lona o toallón, ni nada, atravesamos una trilha que podría decirse fácil teniendo el calzado adecuado o cualquier cosa que no se escapara de nuestros pies. Tardamos cerca de 30 minutos en llegar, pasando antes por otras tres playas: da Júlia (llena de gente), Biquinha y Crena.

Finalmente, después de unas cuantas subidas y bajadas en un terreno húmedo, fruta podrida, moscas y una araña enorme en su también enorme tela, dimos con Abraãozinho y pudimos darnos el chapuzón tan esperado. El mar allí estaba muy hermoso, verde transparente, no hay olas y está bien cálido. Chapoteamos un buen rato mientras le echábamos un ojo a nuestras cosas que habíamos dejado en la arena. Pronto comenzaron a caer algunas gotas pero no llegaba a ser lluvia. Momentos más tarde salimos del mar porque se acercaba la hora del almuerzo. Nos sentamos unos minutos en una de las mesitas de un restaurante, pero mientras esperábamos a ser atendidos, se largó a llover con fuerza. La gente del restaurante estaba ocupada en sacar mesas y sillas de la lluvia, gente que se mojaba, así que no nos atendían nunca. Al fin no quisimos seguir esperando, nos levantamos y nos tomamos un taxi boat de vuelta hasta Abraão (R$ 5 por persona). Un viaje veloz y divertido en el que terminamos mojándonos más que si nos hubiéramos quedado en Abraãozinho.

Como en un dejá-vu, volvimos a buscar un lugar donde almorzar, y pronto encontramos un techo y mesas libres en Rei da Moqueca, un pequeño restaurante que da sobre la playa. Comimos unos sandwiches de “tudo” con papas fritas y cerveza helada. Ya comenzamos a desarrollar un gusto por la Skol. En brevísimos instantes se largó el diluvio sobre Abraão. Tanto llovió, en tan poco tiempo, que casi sin darnos cuenta terminamos comiendo con los pies en agua. Después del almuerzo, nos pusimos nuestros pilotines (de bolsa de residuo) y partimos.

De camino a la posada compramos unos nuevos pilotines, provisiones en el mercadito en diagonal a la iglesia (para el almuerzo del día siguiente y para llenar un poco el frigobar). Nos pegamos una linda ducha, descansamos algo así como una hora y salimos a pasear por la villa. Contratamos en un puesto turístico de esos que están frente al muelle principal, la excursión a Lagoa Azul, que haríamos al día siguiente.

A eso de las 7:30 estábamos cenando en Restaurante da Praia (de la Pousada da Praia). Un lindo y buen restaurante, con mesitas en la playa adornadas con velitas, justo al lado del lugar en el que habíamos almorzado. Pedimos unas rabas (lula a doré) y luego un plato que era para compartir entre dos. Pollo a la parmesana (cuatro milanesas de pollo cubiertas con salsa de tomate, jamón y una tremenda capa de queso), acompañado por arroz, feijão (guiso espeso de porotos negros) y papas fritas. Obviamente no pudimos con todo eso y terminamos al borde de la explosión.

Vuelta a la posada, mientras intentábamos bajar la bestial cena, compramos un pareo para la playa y hablamos por teléfono en el ciber que hay apenas pasando la iglesia. Un poco de televisión y unas latas de cerveza Skol, y a dormir.


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