lunes, diciembre 18, 2006

Sábado: Buena leche, mala leche...

Vuelvo a levantarme tarde. Cuando ya el día anda pasando la primera mitad y la luz del sol entra por cada rendija de la persiana, buscando mis párpados. Me despierto varias veces, al enredarse mis pies en la sábana, y vuelvo a dormirme rastreando los sueños que voy perdiendo almohada abajo... Nada me apura. Descanso.
Pero siempre hay interrupciones. Aunque sean de las más lindas! El llamado milagroso de la amiga que hace tanto no veo, por ejemplo. La oferta generosa de una entrada que alguien rechazó, o descuidó, para ir a ver al bucanero contemporáneo más poeta de todos... y de viaje al porteñísimo barrio de la Boca. Claro que me levanto! Y por supuesto que voy! Vestida de azul y oro si hace falta...
Pero no todo es color de rosa. Soy fanática de la buena onda que uno le pone a las cosas (lo he aprendido con el tiempo, para los que me conocen y se andan preguntando qué clase de estupideces digo en un blog)... Pero es cierto que hay veces que no importa la cantidad de buena onda que uno le ponga, lo único que importa es que los planetas están todos juntitos, uno al lado del otro, esperando el momento preciso para burlarse de nosotros.
Hay días en que basta que uno decida hacer las cosas bien, para que salga algo mal... Por empezar, no llegamos con todo el tiempo que hubiéramos querido. De hecho, llegamos apenas unos minutos antes de que comenzara el show... El sonido dejaba bastante que desear, y a eso habría que sumarle los efectos del viento pre-tormenta que daba vueltas coronando a la Bombonera. Unas gotas de agua helada, al momento podría decirse refrescante, se sumaron a la lista de pequeños obstáculos al placer, pero luego de un rato todo volvió a su estado original.
La amenaza de tormenta era constante, pero el público fiel seguía coreando los temas, a la vez que suplicando que el mundo se olvidara de ese rinconcito de la tierra por un rato... Sin embargo, a la tercera gota que literalmente golpeaba la piel, nos fuimos fastidiando. Cuando ya quedarse en las gradas o en el campo no tenía sentido y el show estaba más que abruptamente terminado, el ganado humano fue saliendo de la cancha, un poco atropelladamente, navegando los charcos que ya inundaban el barrio... Hasta llegar a un colectivo que quisiera subirnos y que más o menos nos acercara al hogar.
No imaginaba que, con lo que a mí me gusta la lluvia, una tormenta en un recital me iba a molestar tanto. Pero fue así. Lo decía mi ropa chorreando de punta a punta, lo decía el agua que me ahogaba si abría la boca, lo decía la gente y sus palabras... Hasta subir al colectivo, aún me reía de lo insólito de la situación. Cuando el frío de la noche comenzó a meterse por todos lados y me fue secando la piel contra la ropa aún chorreando, sentí que estaba teniendo un mal sueño... No había solución en el momento... Había que esperar...
Y esperé... Algo así como dos horas después de pasear en colectivos, esperar bajo un techito minúsculo y sin reparo del viento, una cena caliente a la madrugada y una ducha para recuperar el calor corporal, sirvieron para acunar mis sueños de un día que amaneciera con una sonrisa...

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